A poco que te descuidas, el tiempo, que es un juez implacable, te desplaza y, cuando quieres acordar, ya te has ido y se hace forzado tocar un tema a destiempo. Íbamos tan ufanos tocando temas de fondo del desarrollo y menos mal que el compañero Manuel no cortó el rollo y nos ofreció su experiencia de colonias a la que no pudimos sustraernos porque la envidia nos comía y le dimos espacio la semana pasada. Pues algo así nos pasa ésta con la fiesta de otoño. Por momentos nos estábamos acercando peligrosamente a la Navidad, pero mi hijo Nino me ha mandado esta semana las fotos de su hija África celebrando su fiesta del otoño en su cole y ya no hay modo de pasarla por alto porque se trata de un emblema de la programación que se estudia con las manos y con el estómago.
Lo habremos sacado aquí, no me cabe duda, en otoños anteriores pero esta vez tiene para mí el aliciente de que sea mi nieta una de las protagonistas y también que la muestra es de un centro público normal y corriente. Digo esto porque nuestras escuelas, con ser municipales y por tanto públicas, no pertenecen a la red estatal y en más de una ocasión, creo que sin fundamento alguno, se nos ha tildado de privilegiados porque decirnos eso era más fácil que pensar en el contenido de nuestros testimonios. Con una excusa tan simplona sencillamente se nos marginaba del discurso sin más y todo el mundo tan tranquilo. Este centro que hoy ofrezco, Abencerrajes de Granada pertenece a la red estatal y ha trabajado con nosotros durante muchos años y por lo que veo, ahora que yo ya no estoy en activo, lo sigue haciendo con un modelo de escuela muy parecido al nuestro.
El otoño no es solo un tema de estudio que hay que explicar en la clase, que lo es. Es un conjunto de colores, un cambio importante en la duración de los días, una ropa distinta para responder a las bajadas de temperaturas que se producen de manera progresiva pero sobre todo es que la naturaleza nos recuerda su presencia a través de las hojas caducas que cambian de color y caen y también es toda una serie de alimentos específicos que han madurado y se nos ofrecen en la mesa como premio de ser protagonistas del tiempo que pasa: naranjas, membrillos, uvas, caquis, castañas, nueces, almendras… y tantos otros, que de pronto aparecen en nuestra mesa y puede ser que no nos paremos para saber por qué están y de dónde han surgido y para qué. Una lección importante es reunirnos y pasar una mañana hablando de ellos y hasta terminar dándonos un buen banquete para que nos entren hasta por el estómago y no sólo por el cerebro.
Aparte de preparar la mesa podemos compartir lo que se prepara, hablar de ello, contarnos dónde lo has visto y la historia de cuando estuviste con tu padre de paseo jugando con las hojas que se están cayendo de los árboles después de ponerse amarillas y que los dejarán completamente pelados hasta que llegue la primavera dentro de unos meses. Es verdad que son cosas muy simples pero también muy profundas porque forman parte del fundamento de la vida que consiste en que todo nace, crece, muere y vuelve a nacer al año siguiente. Se trata de una lección de vida, de compartir y de asumir lo que la vida nos ofrece como un don por el que debemos estar agradecidos como por el sol o por el viento o por la lluvia. Todo forma parte de la vida como nosotros mismos. Estas lecciones vividas se albergan en lugares más profundos de nuestro cerebro que las que aprendemos de memoria y que con la misma facilidad que las aprendemos se nos olvidan.
Comentario
Belleza en tus letras felicidades un fraterno abrazo.
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