En ciertos momentos, pienso que detrás de cada noche suele esconderse
alguna que otra amenaza, sobre todo, si por descuido dejamos nuestra
puerta abierta.
Es difícil olvidar aquella suavidad que ella presentaba, su aroma
inconfundible, su agradable sonrisa sincera y abierta, sus finas manos
y el magnífico brillo de sus ojos.
Sin su presencia, el alma denota cierta frialdad, y también se siente
compungida.
Por otra parte debo confesar, que siento una cierta alegría al
contemplar el resplandor proveniente de las farolas de mi calle,
ellas han decidido crucificar la penumbra de la noche, sin remilgo
alguno.
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