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SECRETOS   DEL ALMA

Poemas y Relatos Reales o imaginados para deleite de todos

Carlos Mastronardi nace en Gualeguay, el 7 de octubre de 1901. Cursó sus estudios secundarios en Concepción del Uruguay, ciudad entrerriana honrada por la sombra de Urquiza. Más o menos a sus veinte años se va a Buenos Aires, con intención de estudiar abogacía. Allí es parte de “la grey de MARTÍN FIERRO”, esto es, la vanguardia literaria que, a mediados de los años veinte, se reúne alrededor de la revista de ese nombre. Muchos años después sus personajes, ya ilustres, poblarían las páginas vívidas de Memorias de un provinciano: entre otros, el socrático Macedonio Fernández, el “inocente y temible” Roberto Arlt, el intenso y atribulado Jacobo Fijman, el desconcertante Néstor Ibarra, el joven Borges.
Tiempo después de publicarse su primer libro de poemas, Tierra amanecida (1926), la muerte del padre determina el regreso de Mastronardi a Gualeguay, experiencia caracterizada en las Memorias como “un período oscuro, un tiempo sin esperanza ni salida” que dura ocho años. Al cabo de ellos, Mastronardi vuelve a Buenos Aires y publica su tercer libro: Conocimiento de la noche (1937) donde incluye su poema más celebrado: Luz de provincia. El resto de su literatura cabe en unos pocos títulos. Dos de ensayos: Valéry o la infinitud del método (1955) y Formas de la realidad nacional (1961); uno más de poesía: Siete poemas (1963) y las Memorias de un provinciano (1967). Mastronardi muere en Buenos Aires el 5 de junio de 1976.

Fuente: Archivo Entre Rios

De su libro "Tierra Amanecida"

Borrosa estampa
Su silencio engendraba la noche en mis recodos.
Por la calle apagada de sus labios me pierdo.
Cual la vida y la muerte su amparo fue de todos,
y aún entre mis brazos era casi un recuerdo...
Puedo nombrarla un árbol de piedad numerosa,
y decir que al cumplirse más sombras consentía.
Cansino pordiosero, mi divagar la glosa.
Aquí estoy saludando mi antaño de alegría.
Todo silencio llega de lejos y vencido.
Cien lunas la sellaron de eternidad desierta.
Clara como la estela de una hermandad ha sido.
Se amotinan ternuras y leguas a mi puerta.
Como bosques soñeros se agachan las edades.
La nostalgia llovizna desde un cielo vacío.
Mas su presencia imanta mis ricas soledades,
y puesto que no existe todo su ser es mío.
4
Posesión de un minuto
Calma de oro me ablanda los sentidos.
El gramillal mojado, el aire nuevo.
La quietud es más honda que una dicha,
y rema en agua de horas mi silencio.
En medio de esta noble venturanza
mi desnuda nostalgia tizna cielos.
Cargo un alma confusa de caminos...
Pero alguien me perdona desde lejos.

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Elias Almada

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