Nuestra juventud es una cámara nupcial,
Llena de luces, perfumes y flores,
En ella esperamos la visita de la vida.
Y ella llega y la desfloramos con frenesí,
La gozamos con violencias,
Ajamos todas sus flores,
Apuramos todos sus encantos,
Agotamos sus besos.
Nos embriagamos de sus caricias,
La coronamos con todas las rosas
De la lujuria y la ilusión.
Las envilecemos y nos envilecemos
A nosotros mismos con ella…
Nos dormimos sobre sus senos
Martirizados por nuestras manos.
Sí…, Y despertamos hastiados de ella,
Sobre los restos del festín encantador,
Preguntando con fastidio. ¿Cuándo se irá?...
Nuestra vejez
Es una cámara de enfermo ataviado para recibir
En ella la visita de la muerte.
No hay música, no hay amor, no hay flores,
No hay perfumes.
Grandes silencios que vienen de los jardines
Cercanos de ultratumba.
Y preparados para esa cita con la última querida;
Aquella que no falta nunca,
Nos impacientamos diciendo: ¡Cuánto tarda!...
¿Por qué no viene?
Alguien llega;
Es ella,
La engullimos de un sorbo
Y caemos en sus brazos.
La sentimos, pero no podemos verla,
Sus besos nos hacen ciegos y sordos
Para siempre.
Bendita edad
Bendita edad ésta en que sentado en lo alto
De la colina que divide y domina las dos vertientes
De la vida, vemos debajo de la ya perdida en el límite
De muchas lejanías; los soles de medio siglo
Ya extinguidos y acumulados sobre ella,
Le hacen una germinación astral
Que esplende en la soledad.
¡Qué bueno es hablar de la muerte!...
¡Qué bueno!...Cuando las flores
De los jardines de la vida
Se han marchitado.
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