Que orgullo siento.
Que alegría mi alma demuestra,
cuando recuerdo que alguna vez fui maestro rural.
Que largas distancias debí recorrer para enseñar,
que el respeto es de fama universal.
Que las letras danzan en un ordenado compás
Que cuando la dureza del invierno, nuestros cuerpos
en la mañana, no nos dejaba pensar,
mis alumnos y su maestro, carbón encendíamos en
salas de frío metal.
Que feliz soy, cuando a mi memoria llegan primaveras,
donde recogimos flores silvestres, que a la Virgen del
Carmen, dejábamos en su maravilloso altar.
Que aprendimos a cantar ,con absoluto respeto, nuestro
himno nacional.
Nueve años mis queridos niños poseían en su mirar.
Su maestro, veintitrés años, y en la sala de clases, las uñas
de sus manos tuvo que cortar.
Si hay un sueño poseo en mi recordar, es saber que son
hombres y mujeres de íntegra moral.
Es el honesto deseo.
El humilde deseo de este profesor, que puede decir con
orgullo...
fui un maestro rural.
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