El cansancio de la pandemia se nota ya de manera ostensible. Estamos cerca del año de angustias y hemos visto la curva de incidencias subir y bajar por tres veces. La conclusión ante las bajadas siempre ha sido la misma: aprender de lo vivido, pero la experiencia nos ha dicho que nada de nada. En el verano la primera bajada alcanzó casi el cero absoluto, pero la añoranza del turismo pudo más que la prudencia y volvimos a subir. Al comienzo de las fiestas del invierno: Constitución, Inmaculada, Navidades…, no pudimos contenernos y desde los 184/100000 nos consideramos los reyes del mambo porque había que salvar la navidad al precio que fuera y volvimos a las alturas con casi 900/100000 como precio a las grandes fiestas. Ahora nos encontramos de nuevo con la esperanza entre las manos porque bajamos hasta 294/100000, razón por la cual deberíamos sentirnos satisfechos y redoblar los esfuerzos porque, aunque con dificultades, el efecto de las primeras vacunas se empieza a notar, aunque no con el ritmo que quisiéramos. Pues ya suenan los tambores de la impaciencia y veremos si somos capaces de poner cordura y no volvernos locos de nuevo, antes de tiempo.
En medio de todo ese marasmo de curvas que suben y que bajan, lo que no han faltado en ningún momento han sido las pugnas políticas. En determinados momentos hasta niveles de verdadera angustia. La reflexión siempre nos dijo que los acuerdos eran la mejor medicina para superar las dificultades, pero la realidad nos deja un rastro de miseria en las relaciones bastante poco edificante. La lógica más elemental nos dice que no debería ser asumible iniciar una cuarta curva de subida y la angustia vivida debería habernos enseñado cómo comportarnos, pero la fe en la sensatez se encuentra en cotas bien bajas y no hay mucha en que seamos capaces de aguantar la presión de las cifras y comencemos de nuevo antes de tiempo a festejar los éxitos y volvamos a entrar en este sube y baja endemoniado e insoportable.
A estas alturas sabemos algunas cosas, pocas todavía, pero suficientes para ser capaces de aguantar la endiablada curva, ahora que nos empieza a nublar la vista porque la vemos bajar y la imprudencia nos ciega y nos hace ver que la realidad no es como es, sino como deseamos que sea. Ya estamos hablando de agotamiento, de hartazgo porque lo que al principio veíamos como experimento vital insólito y más o menos soportable, después de diez larguísimos meses se convierte en una estela de desmoralización, de miseria y de deterioro social creciente que, no por sabido nos lleva a comportarnos con los aprendizajes correspondientes. Tampoco diré que más bien al contrario, pero sí que las dificultades que trae consigo aprender no son sencillas de poner en marcha y los intereses coyunturales se meten en medio de las lecciones y nos llevan a tirar por la calle de en medio como si fuera posible una salida en falso.
Pues no. Una vez más estamos al borde del precipicio. Hemos vivido tres picos y tenemos lecciones suficientes como para haber aprendido. Todas las veces hemos dicho que podíamos aprender y que deberíamos hacerlo pero, hasta el momento la impaciencia ha podido con nosotros y hemos vuelto a caer. A estas alturas ya no es cuestión de ser optimista o pesimista. Sabemos cómo hay que hacer para librarnos de esta lacra en la que estamos sumidos. Sabemos que nadie unilateralmente se va a poder colgar las medallas de esta guerra contra el virus. Solo hace falta un pequeño detalle…, que actuemos en consecuencia y soportemos la impaciencia ahora que se encuentra cerca del final y nos afiancemos en los últimos pasos. Sabemos cuáles son, los hemos visto cerca en las dos bajadas anteriores y sabemos lo que cuesta sufrir las decepciones. Con estos argumentos, una vez más, la solución está en nuestra mano. Ánimo para todos y a ver si de está logramos salir en su momento.
Comentario
Muy interesante como siempre
Gracias maestro
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