No me voy a cansar nunca de insistir que, en educación como en tantos órdenes de la vida, no hay forma más idónea de optimizar las capacidades que encontrar el viento a favor de las capacidades personales y aprovechar el impulso que nos motiva a actuar siguiendo nuestras inclinaciones. De no ser así todo se convierte en una guerra sin cuartel, en una historia de desdichas y en unos resultados por el que se paga el precio de la amargura de vivir, que me parece excesivo en todos los casos. Me ratifico en los argumentos de la semana pasada, en los que cada día creo más y mejor y hoy intento dar un paso más en el camino de seguir los fluidos naturales no conduce más que a resultados gozosos, a los que cada pequeño se entrega con entusiasmo, estimulantes porque es lo más hermoso de nosotros mismos lo que se manifiesta y permanentes porque las vivencias que vamos experimentando, lejos de darnos miedo o pereza, lo que producen en nuestro interior es que se materialice lo mejor que tenemos en sentimientos y es aspiraciones. Es posible que los paraísos se encuentren al alcance de nuestras manos.
Hablamos de la palabra como de la principal fuente de lenguaje y como vehículo indispensable para estructurar el pensamiento. Sabemos lo que somos capaces de pronunciar y no hay forma de conocimiento que no pase por poner palabras a cualquier hallazgo al que podamos acceder por intuiciones. Es posible que la luz del progreso nos llegue por cualquier vía instantánea, es cierto. También es cierto que sabemos muy poco de cómo nuestro cerebro termina por inclinars4e por un camino y no por otros cuando razona, pero del mismo modo es verdad que cada hallazgo no es tal hasta que no somos capaces de transformarlo en palabras y lo comunicamos a los demás. Cuando nos encontramos con alguien de tres años enfrascado en interminables soliloquios ligüísticos consigo mismo estamos en presencia del manantial de donde brotan las ideas.
Creo incluso que lo que la escuela tendría que favorecer es que todas las personas fuéramos capaces de dar rienda suelta nuestras capacidades fonéticas aunque las aulas parecieran manicomios o jaulas de grillos, sencillamente porque ese jolgorio incomprensible con el que se comienza, poco a poco se va convirtiendo en una fábrica de palabras, de frases, de ideas en definitiva. Inexplicablemente para la lógica científica somos capaces de sacrificar el gozo de vivir, que es lo más grande que nos puede suceder por conseguir unos escuálidos objetivos mínimos a los que logramos acceder con miles de desigualdades personales, dejando por el camino toda nuestra alegría de vivir y aprendiendo con la mayor desdicha que hemos venido al mundo a sufrir y que lo que logramos a través del sufrimiento es lo que vale. Yo siempre pensé que cualquiera que viera llegar a nuestros pequeños con esos ojos que perece que se les van a salir de las órbitas, consciente de que llegan a un espacio de vida que los espera con fe en ellos.
Ayer acompañé a mi hija Elvira a una extracción de sangre. En la sala de espera crucé la mirada con Miguel, síndrome de Down, acompañado de su madre, que llegó para lo mismo. Inmediatamente nos reconocimos, nos sonreímos y nos saludamos como si nos hubiéramos visto ayer. Según comentó su madre, Miguel había cumplido 30 años y yo lo tuve con 4 y 5. Le vi los mismos ojos de alegría y el encuentro nos alegró la mañana a nosotros y al resto de los que esperaban su extracción en completo silencio y cada uno hablando consigo mismo a través de sus móviles, última manera que hemos inventado de estar solos. Cuando me fui escuche que Miguel le comentaba a su madre: ¿Has visto que Majo? Mientras ella le pedía que hablara más bajo y la gente parecía que había despertado. Cuándo nos vamos a enterar que la palabra es la vida y que al principio fue el verbo, que el verbo estaba en dios y que el verbo era dios y que Jesucristo no fue más que el verbo hecho carne.
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