Hay tiempo para todo en la vida. Por momentos pienso que no vale la pena escribir porque ya está todo dicho. Otros, en cambio, me gustaría escribir sobre todo lo que veo porque pienso que se pierden continuamente aristas de la realidad que, si las fuera contando a medida que las veo ofrecería aspectos insólitos que pasan de largo. Seguramente no es verdad ni una cosa ni la otra y lo que tengo que hacer es ser un poco humilde, cumplir mi compromiso de cada semana lo mejor que sé sobre este tema de la infancia y de la educación. Y es que por más determinación que uno tenga, la duda siempre reivindica su espacio y aflora su patita por donde puede.
No he viajado a EEUU y no conozco su manera de vivir sino por referencias: cine sobre todo, literatura o noticias. Eso me llevó, por ejemplo, a vivir un buen chasco hace unos meses con la victoria de Trump al comprobar que Hillary tenía menos apoyo popular del que yo suponía si. En el cine no paro de encontrar referencias en defensa de la familia pero nunca encuentro secuencias de familia. Los pequeños americanos que salen en el cine casi siempre están solos y sus familias, sobre todo sus padres, demasiado ocupados haciendo cosas que no pasan por vivir con ellos. Como mucho los acompañan al partido o a la fiesta del cole. Tengo tan interiorizadas estas secuencia que hoy por hoy pienso que el concepto de familia en EEUU no tiene mucho que ver con la idea de convivir, de pasar tiempo juntos. Un padre que abraza a su pequeño porque acaba de conocerlo cuando cumple ocho años, cosa frecuente en el cine, a mí que me dejen de rollos que eso no es más que un encuentro entre dos desconocidos sin vínculos entre ellos.
Recuerdo cuando en las charlas a las familias me referían que los pequeños manifestaban el hartazgo de sus madres y siempre querían estar con sus padres. Las madres, mayoría entre mi público, lo decían con pesar y con desconcierto. Yo no contribuía mucho a despejarlo cuando les decía que eso era debido a que en la vida, lo que tenemos a mano solemos despreciarlo y deseamos lo que no conocemos. Que la solución, por tanto no estaba en sus manos sino en hacer que los padres dejaran de ser esos desconocidos que se movían alrededor de los pequeños y que en algún momento decían la última palabra. Hoy esto se va modificando en alguna medida, desde el momento que los padres se han tirado al barro de la convivencia de cada día y pasan tiempo con sus hijos y las madres asumen que pueden tener una vida individual, aparte de la crianza de los hijos. La cuestión es tan simple como eso. El padre había sido visto siempre desde lejos y se le tenía idealizado. Basta que se acerque al hijo, que conviva a la hora de comer, para el cambio de pañales o a la salida del baño para que se vea una persona distinta por completo, para mal y para bien.
Y es que somos tiempo, no nos engañemos. Allí donde pasemos nuestro tiempo estará nuestra patria, nuestra familia, nuestros amigos y de ese lugar seremos en definitiva. Cuando hablamos tendemos a mitificar lo que decimos cuando la realidad de la vida es mucho más simple y más a ras de tierra. Lo que los pequeños necesitan para su equilibrio emocional y para el fortalecimiento de sus apegos, que son como las vigas maestras de su personalidad, no es ni más ni menos que contar cada día con sus padres y con sus madres, interactuar con ellos para los distintos momentos y situaciones de la vida y que eso no sean momentos esporádicas sino el estado habitual de las cosas, las secuencias habituales de cada día.
Comentario
Felicitaciones por el interesante tema que enfocas gracias por compartir saludos cordiales
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