Durante montones de años hemos reclamado espacios dignos y suficientes para que los pequeños puedan ejercitar su vida y educarse entre ellos con dignidad. Sé que no ha sido fácil, que durante casi todo el tiempo los pequeños han dispuesto para su educación de los espacios que han podido, casi ningunos la mayor parte de las veces. El siglo XX ha sido a tantos niveles un tiempo de conquistas de muy diversos ámbitos, aparte también de enormes destrucciones porque no me puedo olvidar de las dos hecatombes mundiales con sus montañas de muertos que nos deberían pesar en la conciencia en el caso de que todavía nos quedara alguna. Entre otras conquistas, los centros educativos han ido asumiendo espacios de dignidad y, al menos en este país en el que vivo, España, hoy disponen de hermosos patios de recreo en casi todos los casos.
Y justo cuando alcanzamos cotas de dignidad que durante siglos nos han parecido fuera de nuestro alcance, en vez de gozar de ellos para que todos los alumnos dispongan de un reparto más o menos equitativo en el que poder desarrollar sus capacidades y aprender desde las raíces de los conocimientos, lo que nos encontramos son enormes montañas de cemento cubriendo por completo los metros y metros de tierra que está a disposición porque en vez de gozar de ella a placer ahora que por fin la hemos conseguido, hemos decidido optar porque sea el deporte el que impere durante el tiempo libre y la verdad de tanto esfuerzo por el logro se traduce en campos y campos deportivos donde un par de equipos, un par de decenas de pequeños en la mayoría de los casos, disputan quién gana a quién, mientras los cientos de alumnos restantes miran completamente inactivos cómo termina la competición a la espera de que les toque a ellos algún momento de protagonismo.
Y uno no sabe qué hacer, aparte naturalmente de quedarse estupefacto, ante una realidad de la que los responsables exclusivos somos nosotros mismos. Como no estoy dispuesto a llorar por nada de lo que seamos responsables y prefiero por el contrario asumir la parte de responsabilidad que me corresponda y pido un poco de lucidez a quienes diseñan los espacios escolares para que contemplen la necesidad de competiciones deportivas como un bien positivo y necesario, sí, pero que no olviden que por encima de ese beneficio está el de gozar de la tierra desnuda para ser manoseada por todas las personas y para que sirva como soporte al gozo de la posesión pura y dura y al de poder experimentar con ella, descubrir su composición y lo que encierra dentro, así como para plantar cualquier vegetal que el tiempo permita según la estación por la que atravesemos en cada momento.
Es más, si llegara el caso de que estuviera justificado que se cubriera todo el suelo disponible, cosa que sencillamente me parece imposible, aun así estoy dispuesto a proponer el recurso de las macetas que tantas culturas han adoptado como elementos para prolongar la estética de los frutos de la tierra y su capacidad para embellecer lo que nuestros ojos pueden encontrarse a su alcance a poco que miremos. En cualquier caso, a modo de grito de socorro dejo aquí la petición, una más y sé que no será la última, de que no robemos la tierra a sus verdaderos dueños, que somos todos y cada uno de nosotros. No quiero desmerecer las posibilidades ligadas al deporte, que seguro que son positivas y que no discuto. Pero me rebelo una vez más para que no sea la competición la única aspiración posible a la que debamos tender, dejando a un lado el simple goce de tocar la tierra y gozar de ella como un bien universal y una universidad permanente de la que podemos aprender durante toda nuestra vida.
Comentario
Bien mire entre las cosas que dice buenisimas todas me gusto esta
Durante montones de años hemos reclamado espacios dignos y suficientes para que los pequeños puedan ejercitar su vida y educarse entre ellos con dignidad
sigo leyendo muy buen trabajo Escritor
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