Cada día por la mañana tenemos como rutina leer un capítulo de Un Curso de Milagros.
Como mi mente se dispersa con una facilidad enorme, lo leo en voz alta.
Es la única manera de mantener la concentración.
Si leo en voz baja, tengo a “Radio Quejío” retransmitiendo a todo volumen.
Y como escuche a otro leerlo, ya mi mente se teletransporta a otro lugar.
Como Eduardo no tiene ese problema, él me escucha al leerlo.
Es un momento bonito que compartimos juntos cada día.
Nos explota la cabeza ese libro cada dos por tres.
Comentamos, reflexionamos y comprendemos mejor la locura del ego.
Esta mañana, como siempre, nos hemos puesto a leer.
Hace un tiempo primaveral espectacular y en el jardín se estaba de lujo.
Así que hemos salido fuera a disfrutar del precioso día.
El capítulo que leíamos hoy justo nos hablaba de cómo veremos el mundo cuando levantemos todos los juicios que hemos emitido contra él.
Describía una realidad tan idílica que nos avisaba de que nuestra mente era incapaz de imaginarla.
En cuanto he comenzado a leer, una de nuestras gallinas se ha puesto a cacarear a todo volumen.
Mi capacidad de concentración se estaba poniendo a prueba.
Al escucharla cacarear, mi mente ha despertado a “DJ Ego”, que se ha puesto a pinchar la canción de Chimo Bayo:
“¡Arriba! ¡Arriba! ¡Arriba el gallinerooooo!
Coco-coco-cococoooo! Coco-coco-cococoooo! Coco-coco-cococoooo!”
He tenido que parar de leer un momento, coger aire y retomar la lectura.
—“¡Qué difícil es concentrarse con la gallina de fondo!”, le digo a Eduardo.
Se ríe asintiendo porque le estaba pasando lo mismo.
Para compensarlo, he elevado mi volumen de lectura.
La gallina podrá quejarse, pero soy yo quien decide escucharla o poner la atención en los pensamientos que quiero.
Sigo leyendo las maravillas del mundo que veremos cuando recuperemos la cordura y despertemos de esta ilusión.
Y de repente, otra gallina se une al canto-infernal-taladra-oídos.
—“¡No me lo puedo creer, ahora son dos!”
Las gallinas podrán cacarear alto, pero no más que yo.
Continúo leyendo a todo volumen, como si quisiera que se enterara todo el valle.
Y pongo toda mi intención.
Es un día precioso, estoy leyendo algo que anima el corazón, ¡quiero que todo el mundo se entere!
Pero principalmente: quiero ser capaz de enterarme yo.
Y me doy cuenta de que las gallinas solo están siendo el espejo de mi “Radio Quejío” habitual.
¡Qué curioso que justo, justo, justo hoy, que el capítulo solo habla de cosas positivas, me truenen la cabeza las gallinas!
Me niego a seguir alimentando mis quejas, mi foco en lo negativo y mis miedos gallináceos…
Voy a subir el volumen de los pensamientos que realmente quiero tener en mi mente,
los pensamientos que me hacen sentir paz y felicidad.
Para dejar de otorgarle valor a los pensamientos del ego que solo me hacen sufrir y vibrar en miedo.
Con esa firme determinación he terminado de leer el capítulo.
Y qué puñetera casualidad, que ha sido terminar el capítulo y se han callado las joías…
He mirado al gallinero cortocircuitada.
¿Me está vacilando el universo para que me dé cuenta de mi mente gallinácea?
Lo he interpretado como un sí.
Así que he dicho: “Pues ahora que se han callado, vuelvo a leerlo”.
Y esta vez he podido leerlo a un tono normal.
Disfrutando del precioso día, mientras imagino que esto es solo una ínfima parte de lo que nos espera al otro lado.
Todavía me parece lejano el llegar a vivir en este mundo sin percibir dolor, miedo y sufrimiento.
Pero sé que el camino está en dejar ir todo lo que resuena con ello.
Para cultivar dentro de mí semillas de amor y poder compartirlas con todos.
No sé cuándo llegará, pero algún día nos reiremos todos de la Gran Pedrá que teníamos en la cabeza.
Y generaremos un gran Big-Banjajajaja que nos despertará de esta ilusión llamada mundo.
Mientras tanto, podemos dejar ir pedrá a pedrá.
Aquí
Con amor, Sara y Eduardo
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