Inseguridad. Cuando tememos no estar a la altura de las circunstancias,
un juicio rápido nos sirve de muleta. Alentar lo que opinamos sobre algo
o alguien, nos libera del esfuerzo que supone comprender lo que es
diferente a nosotros.
Complejo de inferioridad. Muchas personas acomplejadas, compensan
su baja autoestima con una conducción agresiva, existe el miedo a juzgarse
uno mismo, por sentirnos en desventaja.
Furia contenida. La amargura que deja el haber sido tratado injustamente,
hace que reproduzcamos las mismas actitudes que nos hicieron sufrir.
Estas personas se desquitan en juez sobre todo el mundo.
Miopía emocional. La costumbre de mirarse el ombligo puede derivar en
una incapacidad para entender lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando
las personas que nos rodean, se convierten en un mundo extraño y
amenazador, el juicio se convierte en una barrera protectora.
Rigidez. Los que juzgan por sistema, suelen tener dificultades para adaptarse
a los cambios. Desde el inmovilismo que promueve actuar como juez, antes
prefieren alfombrar el mundo entero que calzarse unos mocasines.
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