Recuerdo miles de veces mientras tenía hijos pequeños el privilegio que suponía en mi familia que tanto mi pareja como yo trabajáramos en este sector de la educación. El tema de la conciliación laboral es un invento de estos últimos años, sencillamente porque cuando un hijo pequeño se ponía enfermo tenía que ser atendido por su madre o por cualquiera de la familia que estuviera disponible. El padre ni se cuestionaba porque era el encargado de conseguir el mantenimiento y eso no se discutía. En unos pocos años que viví en trabajo cooperativo llegamos a acordar que un hijo enfermo era igual que su adulto de referencia enfermo, con lo cual uno de los dos podía quedarse en casa sin que nadie le reclamara nada. Sabíamos que esa situación era insólita en aquel momento y nuestra mente no era capaz de valorar la envergadura de una atención adecuada a los hijos si la familia trabajaba, no porque no tuvieran derecho sino por lo increíble en la situación global de entonces.
Me doy cuenta que voy hablando y parece que hago referencia a la prehistoria cuando me estoy fijo en los primeros ochenta del siglo pasado. Entonces nos creíamos modernos porque encarábamos el tema como un asunto al que la sociedad tenía que darle solución por más novedoso que lo consideráramos. En general en mi familia salimos del paso por la alta comprensión de nuestra empresa y por el privilegio de ser los dos adultos del sector. Hubo un momento, por una hepatitis de mi hijo Nino con siete años, en que los dos meses de reposo nos parecieron demasiado y tuvimos que contratar a una persona que garantizara la prescripción de reposo de los médicos. Años después hemos conocido que tal prescripción no se cumplió como se había recomendado y también que en otros países ese reposo tan prolongado no se consideraba la medida adecuada para esa enfermedad, pero eso vino después, mucho después como tantas cosas.
Esta mañana en mi país, España, el asunto prioritario es el de que hay convocada una manifestación en Madrid, que promete ser apoteósica, para reivindicar la bandera española, que va a ondear a los cuatro vientos. No quiero ni pensar qué va a pasar con los miles de pequeños que se van a ver alterados mientras sus familiares dan banderazos arriba y abajo. En todos los momentos ha habido pluff de este calibre porque de lo que hemos huido como de la peste, hoy y siempre, ha sido de encarar los problemas fundamentales de nuestra convivencia. Tenemos desde siempre una irresistible tendencia a escamotear lo que nos agobia y a salir por los cerros de Úbeda como si a base de preocuparnos por cuestiones marginales las fundamentales se resolvieran como por arte de magia. Pero la realidad no es así. Esta tarde miles de personas van a volver a su casa y se van a encontrar con los mismos problemas que tenían cuando enarbolaron la bandera de la patria, durante un par de horas por la mañana, quiero pensar que creyendo que estaban haciendo algo importante.
Estoy seguro de que el problema de la conciliación laboral no es el único que afronta un país pero sé que es uno de los fundamentales. También sé que nunca fue digno de consideración y que se está haciendo presente en estos últimos años, sencillamente porque la historia avanza a pesar de que queramos meterla debajo de la mesa y taparla a base de banderas. Nunca me cupo en la cabeza, y hoy menos que nunca, que exista otra bandera que la vida pero la vida me enseña cada día que las personas nos volvemos locos huyendo de lo que nos acosa y sólo de vez en cuando nos damos de bruces con la realidad que tenemos delante de los ojos. Por el bien de todos deseo que de una vez afrontemos este drama social que siempre estuvo entre nosotros y que llegó a convertirse hasta en un importante problema de natalidad para muchos países, entre ellos el nuestro.
Comentario
Originales son tus letras estimado amigo, gracias por
compartir este excelente trabajo poético.
Mi cariño sincero.
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