Quien ha tenido la suerte de alcanzar la libertad de la razón, -a pesar de ser en cierta medida-, no puede por menos, que sentirse -en el buen sentido de la palabra- un caminante...
El que lo es de verdad, sentirá con alegría e interés, el contemplar con los ojos bien abiertos, cuanto está a su alrededor, de ese modo, podrá guardar las sensaciones en su mochila compañera inseparable de viaje.
El buen caminante, es preciso que tenga alma de vagabundo, y una gran entereza, para evitar atar su corazón a cualquier situación que se presente.
En su interior, anida una fuerza muy grande que le obliga a cambiar de escenario con suma frecuencia...
Al llegar la noche, dada su condición de luchador nato, se limitará a esperar el nuevo amanecer, con la exclusiva finalidad, de proseguir con la misma ilusión su anhelado periplo.
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