Le debemos la vida a la rutina: no sería posible casi nada sin la repetición de lo ordinario. Lo que sucede es que para entender el valor de la rutina, y superar el horror a lo invariable, hay que percibir el diseño divino de la vida. Por regla gereral cada día suele ser diferente y todo es distinto en la engañosa apariencia de su repetición. Si le molesta la tenacidad de la rutina, piense que lo nuevo que tanto satisface a los aburridos por la costumbre, surge por la tentativa de mejorar lo corriente. En la sublimación de las cosas corrientes de cada día, está la raiz de una vida feliz.Mirando a lo más alto con humildad, me apunto al ensalzamiento de la vida ordinaria. Porque éste es el único modo humano, de construir una existencia extraordinaria.
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