Nos conocimos en primavera, lo recuerdo perfectamente, era una
bonita tarde de sol templado y fino. Intimamos sin esfuerzo alguno,
con sensatez y cierta sinceridad, -cosa esta que se agradece muy
mucho en ocasiones como esta-. Desde ese momento fuiste para
mi persona como una enrredadera. Me regalaste el rosado de tus mejillas y tu boca en flor, yo te ofrecí sin remilgo alguno, la sal de mi salina.
Navegamos juntos sin bandera alguna, por el mar de la pasión
la dicha y la espina. Y siguiendo nuestro camino, decidimos hacer caso omiso a esos comentarios, salidos de las bocas torpes
de la gente, para más tarde convertirnos en un amor de un solo
puente.
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