Ellas no pueden entrar en el portal del sosiego, se pasan la mayor parte del tiempo, escribiendo y dibujando paisajes preciosos.
Acarician cuando tienen la ocasión de hacerlo, y reflejan vivencias en blancas hojas de papel. Tan sólo logran el descanso, al llegar la noche cerrada. Las manos suelen ser nuestra voz, nuestra alegría y también nuestro silencio.
Al llegar el nuevo día, ya están predispuestas, no temen la lucha ni el sufrimiento, siempre están preparadas para cabalgar como lo suelen hacer los potrillos de la dehesa.
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