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SECRETOS   DEL ALMA

Poemas y Relatos Reales o imaginados para deleite de todos

LEYENDA DEL DÍA DE HOY … EL DUEÑO DE LOS CARPINCHOS

Caía la noche en la ranchada del abuelo Julián. La abuela Dominga y Doña Flore estaban fileteando un surubí, esa noche le habíamos pedido milanesas de pescado. El candil colgado del horcón del medio de la cocina chisporroteaba. Su luz irregular, dibujaba extrañas figuras.
Desde el estero nos llegaba de vez en cuando el bullicio de las gallaretas, señal que algún depredador se acercaba al lugar. Era Julio y el invierno en la isla se hacía sentir.
El mate recorría la rueda cebado por el abuelo. Celestino, Jacinto y Ruperto, dos peones que habían levantado sus ranchos en la isla del abuelo, don Jacinto, que había llegado de San Javier a buscar la “provista” en el almacén y completaba la rueda Don Segundo Gómez, viejo amigo del abuelo que cuando venía hacia La Paz hacía noche en la ranchada.
Don Segundo le arrimaba brasas al fogón donde había puesto un pacú y dos sábalos fijados esa tarde en el Correntoso. Que los gurises coman milanesas -dijo- a mí el pesca´ o me gusta así, asado o frito.
La noche fría con un cielo estrellado, una suave brisa del sur nos traía el canto de los grillos. De pronto, un disparo de escopeta quebró el silencio. Desde el estero el grito de las gallaretas junto al alerta del chajá ponían música de fondo al segundo disparo que llegó un poco apagado.
Lo tumbaron al “capincho” -dijo Celestino- mientras le alcanzaba el mate al abuelo. Yo, pleno de inocencia dije: “Ojala le hayan errado”. Cuida los “bichos” el nieto -dijo don Segundo - y todos sonrieron. Ese tiro viene de la isleta chica -comentó Jacinto- y seguro que es el "Negro Molina" y ese no tira a errar, seguro que lo tumbó nomás a “don Capi”.
En ese momento, dos disparos seguidos llegaron hasta nosotros. Se miraron los isleros y Celestino expresó: Algo le pasa al Negro. No pueden ser cuatro tiros a un carpincho -comentó-. ¿Y si se pegan una vuelta? -dijo el abuelo Julián-. -Total es aquí no más, digo, si les parece-
La isleta chica estaba como a dos mil metros de la ranchada, la idea fue aceptada y montados en pelo salieron Celestino, Jacinto y Ruperto.
Bueno, estos bichos están a punto, vamos a hacerle un “dentre” -dijo don Segundo- retirando la parrilla y se prendió a un sábalo asado, el abuelo lo acompañó. Yo me acerqué y dije: ¿puedo probarlo? Cómo no m´hijo, venga, pruebe, tenga cuida ‘o con las espinas -dijo- y me prendí al sábalo sin hacer cumplidos. Los teros y las gallaretas con sus gritos, nos iban avisando con su bulla el recorrido de Celestino y los peones. Habrá pasado un poco más de media hora, estábamos en plena cena cuando los perros del puesto salieron ladrando. Salimos al patio, Roberto y Jacinto enancados, y Celestino, traía de tiro al otro caballo con un hombre, cuando estuvieron cerca el abuelo dijo: Ese es el “Negro” Molina, ¿qué le habrá sucedido?
Celestino desmontó y sin decir nada bajó al jinete y lo introdujo en la cocina. Yo me quedé cerca de la abuela, a la luz del candil pude ver que tenía la mirada perdida, era como si sus ojos miraban sin ver. Camisa oscura, un cinto ancho con unas tachas y la bombacha arremangada hasta la rodilla. Celestino trajo un frasco de ginebra y lo obligó a beber, después lo llevó hasta otra habitación y lo acostó en un catre.
Todos se reunieron en la cocina. El Ruperto volvió a preparar el mate. Nosotros, lo gurises, nos quedamos con la abuela Dominga y doña Flore en un rincón. Después de un corto silencio habló el abuelo y preguntó: -“¿Qué tiene el “Negro”, que le pasó?”-. Celestino arrimó su banco de ceibo al fogón y mirándolos a todos dijo: -“Mire Julián, lo único que repetía era: “ahí está el carpincho blanco”, pa’ mí que lo vio. Cuando lo encontramos estaba recostado en un ceibo esperando al lado de un subidero de carpinchos y como ustedes saben el “Negro” no es de creer en esas cosas, pa’ mí que le tiró, gran error -acotó-
Pasó como una hora cuando el “Negro” asomó a la pieza donde estábamos todos. Que te pasó -preguntó el abuelo- nos diste un buen susto. El hombre se sentó en una banqueta, pidió un mate y comentó lo sucedido: “Mire Julián, andaba tratando de cazar un carpincho, busqué el “subidero” y me apronté, sabía que alguno iba a aparecer, sentí el ruido, lo alumbré y lo vi. Me llamó la atención su color, lo vi “blanco”, ha de ser el reflejo de la luna dije y le tiré. El carpincho se revolcó y cuando se paró parecía haber aumentado de “grandor”, jue cuando le tiré el segundo tiro. Todos escuchaban en silencio su relato. Dispués, -prosiguió,- se me apagó la linterna y cuando la prendí de “guelta”, el bicho estaba en el mismo lugar y era grande como un ternero, ahí le tiré dos tiros seguidos, pero esta vez no le hicieron nada los balazos -continuó diciendo- y el bicho me miraba, después no me acuerdo nada, ni se cuánto tiempo estuve tirado hasta que lo vi a Celestino. Sabe don Julián, yo me reía cuando escuchaba lo del “carpincho blanco”, “el dueño de los carpinchos”, el que los protege de los cazadores y me reía. Ahora no sé, no es que crea del todo pero algo extraño y misterioso ocurrió hoy. Calló su relato el “Gringo”; y yo, abrazado a la pollera de la abuela pude ver que sus manos temblaban y sus ojos miraban lejos.
Quedaron todos en silencio. Yo escuchaba los ruidos de la noche, sonidos tan habituales, pero sentía en el ambiente algo raro. Los ojos del abuelo se encontraron con los míos, supe que percibía mi miedo, se acercó, pasó la mano sobre mi cabeza. Cosas del pago islero Horacio -me dijo-, solo cosas del pago islero…
(Tiempo de Cuentos"; cuentos y relatos cortos).
Luis Horacio Martinez - Recopilación de Elias Almada

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