En pocas horas la Plaza de Colón de Madrid se va a llenar de banderas españolas agitadas por unos miles de españoles en defensa de la Constitución de 1978. Los que ya tenemos una edad y gozamos de una cierta memoria podemos recordar que aquel año significó un proceso de encuentro entre españoles: unos recién salidos de una dictadura de 39 años y otros que malvivíamos a base de represión policial casi permanente y de un doloso exilio en el que habían permanecido miles y miles de compatriotas sin poder acceder a su patria y vagando por países que los acogían como si fueran malhechores. El dictador había muerto en su cama y todos sabíamos que la tiranía no podía estirarse mucho más allá. El rey accedió al trono de su mano con todas las desconfianzas del mundo y estuvimos muy expectantes a ver qué decía en el discurso de toma de posesión porque la tensión en las calles se cortaba a cuchillo. Escuchamos con gran expectación: quiero ser el rey de todos los españoles. Esas pocas palabras significaron en aquél momento el bálsamo de Fierabrás quijotesco, que remediaba todos los males insalvables.
Con muchos dimes y otros tantos diretes, dos años y medio después se aprobaba la Constitución que tanto hoy, cuarenta años después, se enarbola, pero sólo por uno de los bandos presentes en aquel momento. Nunca se hubiera aprobado entonces en las mismas condiciones que hoy se muestra. Éramos muy conscientes de que necesitábamos un encuentro plagado de cesiones por todos los bandos en pugna, que eran varios. La alternativa sabíamos que podía ser un nuevo baño de sangre de infausto recuerdo sobre nuestra desdichada guerra civil o, sencillamente mantener la tensión en vilo cuando ya, unos y otros sabíamos que eso no conducía a ningún destino de futuro. Y se impuso el realismo por todas las partes. Algunos llegamos a aceptarla, aun sin votarla siquiera, conscientes de que nos quedaba lejos de nuestras aspiraciones de entonces, pero mucho más lejos nos quedaba el vacío de, una vez más, dejar de entendernos.
Y la Constitución del 78 se aprobó y, a trancas y barrancas nos ha traído hasta aquí, produciendo con todos los remedios del mundo, el más largo periodo de paz de la historia de nuestro país. Cuando vea enarbolar las banderas de España esta mañana en la Plaza de Colón por uno de los bandos estaré seguro que esa reivindicación no tiene futuro por más constitucionalistas que se proclamen. La Constitución significa sobre todo encuentro entre quienes no piensan lo mismo. Por eso tiene valor, porque está bruñida a través de cesiones por todas partes. Estoy seguro de que en el 78 nadie terminó satisfecho del texto concreto resultante, pero se aprobó porque se vio una fórmula de convivencia posible y así ha resultado. Hay quienes pensamos que a los 43 años de vida podría ser buen momento para actualizarla, que ya está bien y hay quién se empeña en que no se la toque ni una coma, como si el tiempo no hubiera pasado desde entonces. Pero globalmente nadie discute los beneficios del constitucionalismo como sistema de convivencia. Pero no se puede imponer a banderazo limpio.
Me niego a terminar este artículo sin compartir un océano de lágrimas por las niñas Olivia y Anna, de 6 y 2 años respectivamente, cuyo asesino padre no encontró otra manera de dañar a Beatriz, su madre, de la que se había separado. ¡Bonita manera de entendernos los adultos tirándonos a los menores a la cara o, directamente, al fondo del mar! En este caso la idea era más macabra. Se trataba de hacerlas desaparecer en el océano, y él con ellas, para que su madre tuviera que vivir lo que le quedara de vida con el alma en un hilo sin saber dónde estaban sus hijas. El océano y la tecnología están siendo piadosos y espero que permitan que sus familiares, sobre todo su madre, elaboren su duelo correspondiente y puedan afrontar lo que les quede de vida con el recuerdo de sus pequeñas en sus entrañas y espero que con el aprendizaje de que la violencia vicaria, hacernos daño a través de terceros inocentes, ni es justa ni beneficia a nadie. En mi pueblo, que éramos muy brutos aunque lúcidos, recuerdo que decíamos: por joder al burro, voy andando.
Comentario
Si escuché esa triste noticia, no hay derecho que un mal hombre se haya vengado de su ex, quitando la vida a sus propias hijas, eso lo hace un ser sin alma ni conciencia, un criminal que no dudó en hacer daño, que crueldad tan grande!!! pero él jamás podrá vivir en paz, la mirada de sus hijas lo perseguirán toda su vida, se enloquecerá de remordimiento por el mal que hizo,
Un saludo Antonio.
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