Tanto si cambiamos el color de nuestro traje como si nos
proponemos alcanzar lo inalcanzable, cuando abandonamos
el pensamiento único dejamos de ver el mundo, como una
cárcel limitadora, para entender que es un campo lleno de
posibilidades.
Para ello, no debemos separar las personas creativas y las
que no lo son, así como renunciar a los perjuicios que sirvan
para estrechar nuestro horizonte.
Antes de entregarnos a la aventura de crear, debemos
liberar nuestro espacio de ideas inservibles, derribar los
tabiques que hemos erigido en nuestra sala de pensar, para
convertirla en un loft diáfano donde reine la claridad.
En un espacio mental así, la creatividad se instalará de forma
natural y nos permitirá diseñar un mundo a la medida de
nuestros sueños.
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