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AMOR DE ÁNGELES EN LA ETERNIDAD SUBLIME

AMOR DE ÄNGELES EN LA ETERNIDAD SUBLIME

Por:Aida Viloria

Anoche, mientras observaba la luna, tuve una revelación. Ante mis asombrados ojos sucedía en el cielo el encuentro amoroso de dos ángeles amantes uniéndose en un gran abrazo de amor. Se despojaron de sus alas, se revolcaron en una nube de besos, sus gemidos eran relámpagos, sus miradas se encontraban y parecían una constelación de estrellas. La Luna dormía de espaldas y su silueta se veía a medias. La osa mayor jugueteaba con el arco iris de la noche. Yo trataba de despertar pero no podía.

Mis ojos cual centinelas de la oscuridad seguían la senda de esos dos cuerpos celestiales que se amaban en una eterna entrega. La figura de los ángeles era traslúcida, frágil, resplandeciente. Sus corazones eran de fuego, por sus venas corría luz, sus miradas parecían de cristal, sus manos lucían transparentes. Allí el tiempo no corría, se detenía en una eternidad sublime. Ellos se besaban, se acariciaban, susurraban con la voz del viento.

La brisa corría fría, y por espacios de segundos, en cada copular de los ángeles desnudos de la noche, se escuchaban truenos y relámpagos. Una danza celestial era esa entrega, algo sublime, hermoso. Sentía que mi cuerpo se enfriaba lentamente, el frío lo sentí en los huesos. Mi sangre se congeló al ver ese espectáculo, mi corazón palpitó aceleradamente, mi espíritu estaba muy cerca del cielo. Allí no se escucharon voces, sólo los suspiros de dos cuerpos etéreos en un hermoso ritual de liberación de energía y goce celestial. Las paredes de la noche se tiñeron con la savia del amor. Había millones de luciérnagas en el cielo. Todo era tan bello. Mi espíritu se elevó, deambulé en un paraíso de sombras celestiales donde el amor era la única realidad.

De repente fui atraída por una gran fuerza de luz, por mis venas corrió una descarga eléctrica. Había alguien cerca de mí, podía sentirlo. Era un ángel que me invadía toda, cuerpo, mente, alma. Su fuego me hacía vibrar, ondular, excitar. Era algo inocente, involuntario, increíble. Quedé envuelta en un círculo imaginario, lucía lujuriosa, mágica, brillante como la luz. No sabía si estaba muerta o viva, sólo sabía que no quería despertar de ese apócrifo viaje entre la realidad y la fantasía. Pero todo tiene un comienzo y un final; los ángeles amantes de la noche llegaron juntos al orgasmo de su espíritu. El universo se estremeció, la tierra tembló, los espíritus amorosos lloraron de gozo, sus lágrimas irradiaron energía, vigor, ardor.

En el cosmos se desató una tormenta, cayeron miles, millones de gotas de lluvia. Mi cuerpo yacía aquí en la tierra invadido por el éxtasis, mirando al cielo sin poder abrir o cerrar los ojos, todo sucedió tan rápido. Se escuchó un silencio celestial y mi boca gritó: - ¡Dios, que magia! Después de esta utópica fantasía desperté. En milésimas de segundos el velo celestino de las sombras se cerró con la luz plena de una entrega. El silencio fue interrumpido por el canto de los gallos, de los pájaros, el bostezo de los árboles, las risotadas de las rosas, de las flores. Me di cuenta que fui testigo de la unión de dos seres del Olimpo. Yo, una simple mortal, he sido llevada a la dimensión del más allá, donde nacen las estrellas del amor. El reloj anuncia que son las seis de la mañana.

Me levanto frente a una nueva alborada. Mi ropa y mi cabello están húmedos, mis manos perfumadas con zumo oloroso de rosas rojas. Mis ojos se quedan fijos mirando el cielo. Reacciono, busco evidencias de lo que pasó, camino descalza y siento la tierra fría, mojada por la lluvia. Me acerco a los árboles, sus hojas, sus flores, conservan las huellas de lo acontecido. Todas tienen punticos cristalinos de semen, el colibrí del placer los inseminó, dejando el rocío del amor en ellas. Desde hoy mi vida se estaciona en la primavera, estoy feliz, radiante, llena de esperanzas e ilusiones. Me siento una Ninfa griega, resucitada en la naturaleza humana de una sencilla mujer llamada Aída.

A partir de este nuevo amanecer recogeré todos los atardeceres tristes de mi vida y los colgaré al Sol para secar mis lágrimas. Volaré con alas de ángel, nada me detendrá. Alcanzaré mis sueños porque, al final de su éxtasis, los espíritus del amor se quedaron dormidos sin percatarse que sus alas cayeron al abismo terrenal para posarse en mis manos. Esta noche me quedaré esperando bajo la luz de la Luna para ser transportada nuevamente al mágico mundo del amor. Me elevaré en una nube. Cabalgaré con las estrellas. Caminaré las fronteras de lo imposible y buscaré mi ángel para revivir en las sombras de la noche sus caricias celestiales.

Aida Viloria

Maracaibo, 10-10-2010

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