¿Me veré obligado a correr, hasta el lugar donde el viento suele
acariciar los almendros, para ser creído?.
Si lo consigo, allí te esperaré, sin derramar una lágrima, tal como
lo hace el viento sobre la nieve...
No te demores, pues hasta que llegues, mis ojos, permanecerán
cerrados, como los del perro sin dueño, cansado de deambular,
buscando cobijo, ente el frío diluvio de lábrimas heladas.
Al encontrarnos, emprenderemos viaje a bordo de nuestra
alfombra sarracena del deseo, ella nos conducirá, al magnífico
e idílico lugar, donde emiten sus cánticos las flores más preciosas
del tan cuidado vergel.
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