He comprendido al fin, que la esfera de las cosas llamadas
inanimadas, obedece las mismas leyes que rigen a los
seres vivos, que el universo todo sigue el mismo principio,
o sea, que nunca se posee nada en ninguna parte, ni en
ningún tiempo a través de la violencia; que el mundo escapa
a los ambiciosos, en la misma proporción en que ellos se
esfuerzan por apresarlo, y que es necesario, ante todo, dejar
de desear con egoísmo para empezar a obtener, para empezar
a comprender realmente la esencia de las cosas y de los seres,
para fisurar, en suma, la cárcel de cristal.
Y me atrevo a escribir aquí, porque no hay nada como una
página impresa, y lanzada a los cuatro vientos, para guardar
bien un secreto, que incluso las cosas, si, hasta las piedras,
hasta esos grandes seres de tierra, piedra y hielo que llamamos
montañas, son capaces de devolver amor por amor, porque
todo no es sino un eterno juego de ecos
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