Llovía torrencialmente, y en la estancia del horcón, Como adornando el fogón, estaba toda la gente. Dijo un viejo de repente, les voy a contar un cuento, Ahora que el agua y el viento, traen a la memoria mía, Cosas que nadie sabía, ocultar por mucho tiempo. Hay cosas que yo no puedo, detallar como es debido, Unas porque tengo miedo, y otras porque se han perdido, Tal vez tenga que luchar, con más de un inconveniente, Pa’ que resista mi mente, el cuento sin lagrimear, Pero Dios que supo dar, paciencia a mi corazón, Tal vez venga esta ocasión a alumbrar con su reflejo, El alma de un gaucho viejo, que ya lo espera el cajón. Alcáncenme un amargo, pa’ suavizar mi pecho, Que voy a contar por derecho, el asunto, pues es largo, Haré fuerzas sin embargo, pa’ llegar hasta el final, Y si atiende cada cual, con espíritu sereno, Verán como un hombre bueno llegó a hacerse criminal. Setenta años, quien diría, que vivo aquí en estos pagos, Sin conocer más halagos, que la tristeza mía, Setenta años no es un día y eso ténganlo por cierto, Y si mis dichos han muerto, ahora tengo la virtud, De ser para esta juventud, lo mismo que un libro abierto. Allá en mis años de mozo, y perdonen la distancia, Sucedió que en esta estancia, hubo un crimen misterioso; En un alazán precioso, llegó aquí un desconocido, Joven, fuerte y muy cumplido, que al hablar con el patrón, quedó en la estancia de peón, siendo después muy querido. Al poco tiempo nomás, el amor lo pisoteó, y el mocito se casó con la hija del capataz, todo marchaba al compás, de la dicha y del amor, y pa’ grandeza mayor, Dios les mandó con cariño, un blanco y hermoso niño, más bonito que una flor. Iban pasando los años, muy felices en su choza, Ella linda y buena moza, él fuerte y sin desengaños, Pero misterios extraños llegaron. y la traición deshizo del mocetón, los más queridos anhelos, el fantasma de los celos, Se clavó en su corazón, aguantó el hombre callado, hasta dar con la evidencia, un día fingió una ausencia, que jamás la había pensado, dijo que tenía un ganado, que llevar pa’ la tablada, que era una buena jugada, pa’ ganarse algunos pesos, Así entre risas y besos, se despidió de su amada. A las dos de la mañana, del otro día justamente, llegó el hombre de repente, convertido en fiera humana, de un golpe echó la ventana, contra el suelo en mil pedazos, avanzando en grandes pasos, lleno de rabia y rencor, viendo que su único amor, descansaba en otros brazos. Como un sordo movimiento, enseguida se escuchó, Después un cuerpo cayó, y otro cuerpo en el momento, Ni un quejido, ni un lamento, salió de la habitación, Pa’ concluir su misión, cuando los vio difuntos, Los enterró a los dos juntos, donde hoy está ese horcón. En la estancia se sabía, que la ingrata lo engañaba, pero a él nadie le contaba, la desgracia en que vivía, por eso la policía, no hizo caso mayormente, pues dijeron, la inocente, se fue con el gavilán, en cambio los dos están, descansando eternamente. Ay Juana/, gritó un paisano, si es así lo que habla el viejo, Ese era un macho canejo, yo le besaría la mano. Yo soy, contestó el anciano, yo fui quien mató a su madre, desgraciada, porque con otro abrazada, en la cama la encontré. Hizo bien, taita querido, dijo el hijo sin encono, Venga taita lo perdono, por lo mucho que ha sufrido, Pero ahora taita le pido, que no la maldiga más, Que si fue mala y audaz, por mí perdónala padre, Que una madre siempre es madre, déjela que duerma en paz.
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