Para sensibilizarnos con el ruido subterráneo de estados de
ánimos y emociones, es necesario hacer una pausa mental,
algo que raramente nos permitimos. Nuestros sentimientos
nos acompañan siempre, pero apenas nos damos cuenta de
ellos, al contrario, sólo lo hacemos cuando se han desbordado.
Es como si nuestras emociones tuvieran su propia agenda,
pero nuestras agitadas vidas no les dejarán espacio ni tiempo
libre y, en consecuencia, se vieran obligadas a llevar una
existencia subterránea. Toda esa presión mental termina
sofocando la voz interna que constituye la más segura de
las brújulas para navegar de forma adecuada por nuestro
océano de la vida.
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