La metáfora más apropiada para explicar el centro espiritual
de cada persona, es el jardín, un lugar que invita a la paz y
la tranquilidad. Cuando nuestro jardín, se encuentra en orden,
cuando dejamos de lado la ansiedad de las obligaciones, el
ruido del mundo, la confusión, podemos decir que nuestro
jardín interior, tiene salud. Es un lugar delicado, pues si no lo
cuidamos pronto se llenará de malas hierbas quedando en
cierto modo abandonado. A nadie le gusta caminar
por jardines abandonados, motivo por el cual se encuentran
poco frecuentados. Trasladando esta metáfora a la vida cotidiana,
el jardinero que no se ocupa de sus emociones, sería la persona
solitaria que con los años se vuelve más huraña e inaccesible.
Algo similar le sucedería a un agricultor que culpara de los
cambios del tiempo al mal estado de su campo, sin ponerle
remedio. El enemigo exterior, es la excusa de los que no quieren
cultivarse. Cuando renunciamos a este trabajo interior, nos
convertimos en esclavos de las circunstancias perdiendo el
control de nuestras emociones y de la vida.
Para evitar que esto suceda, debemos plantar hábitos espirituales
que nos permitan, mantener nuestro jardín interior, limpio y fértil,
a salvo de las malas hierbas que restan espacio y alimento
a las flores.
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