Lo que sentimos, es la antesala de lo que hacemos. Así como
detrás de cada acción hay un pensamiento, detrás de este hay
una emoción. Este término, viene del latín " motere" que
significa " mover". Para cuidar de nuestra salud emocional, hay
que revisar de vez en cuando lo que mueve nuestro rumbo vital.
Más que ayudarnos a navegar por las tormentas, las emociones
son las tormentas mismas, puesto que deciden el clima de nuestra
travesía vital. Al igual que cada lugar en el mundo, tiene una
meteorología propia, toda persona pasa a lo largo de su vida
-e incluso en el mismo día- por diferentes estados de ánimo.
Nuestro clima interior, es un delicado biosistema, en el que
unas veces luce el sol, y en otras los problemas penden sobre
nosotros como pesadas nubes. A los horizontes amplios y
radiantes, le siguen las lluvias con las que nos deshacemos de viejas
tristezas, limpiando el cristal con el que miramos el mundo.
La naturaleza humana es dinámica y, sin embargo vivimos lo que
nos sucede como si fuera permanente. Cuando nos sentimos
tristes, nos cuesta pensar que la tempestad acabará amainando.
Del mismo modo, experimentamos los momentos de alegría
como si los rayos de felicidad no se fueran a apagar nunca.
Admitir que las emociones son relativas y cambiantes, es la mejor
vacuna contra las borrascas interiores
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