Quien ha tenido la suerte o la fortuna de alcanzar la libertad de la razón, no puede por menos que sentirse un caminante. El buen caminante lo hará con los ojos bien abiertos para contemplar todo cuanto existe a su alrededor, guardando dichas emociones en su inseparable mochila. Es preciso que disponga de alma de vagabundo, y entereza para evitar atar su corazón ante cualquier situación. En su interior anida una fuerza muy grande que le obliga a cambiar de paisaje con cierta frecuencia. Sabe reponerse de las adversidades propias del camino, y dada su condición de luchador nato, seguirá adelante con la ilusión del día anterior.
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